Analicemos por un instante esa palabra que el español identifica como jubilación .
Toda sociedad enuncia a través de sus palabras, los distintos significados que desea dar a situaciones, acciones, creencias, actos, conceptos.
A veces estos tienen una connotación positiva y otra negativa. Así son las palabras, se cargan y absorben de toda la fuerza que cada comunidad genera.
Analicemos por un instante esa palabra que el español identifica como jubilación .
En ella se ha cruzado el júbilo (jubileo), de origen latino, y la jubilación, de origen hebreo. El primer concepto se relaciona con la ley de Moisés, que estableció que después de 49 años de servidumbre en que no se era dueño de nada, tenía que venir un año en el que se restituía lo perdido. Este acontecimiento tan trascendente en la vida del pueblo, se anunciaba por medio del yobel, un instrumento musical, de ahí el nombre jubileo. Al cruzarse con la cultura latina dio origen a jubilatio, nombre que identifica los gritos de alegría de los campesinos, cantos espontáneos, aclamaciones y vítores.
A pesar de esta ambigüedad lingüística, el concepto está más cerca de jubileo, alegría por obtener “la liberación después de una larga esclavitud”
En nuestra cultura, la jubilación parece que en lo material sólo se relaciona con el pago y en lo psicológico algo así como con la inutilidad de ser alguien o, en su mejor versión, la vida ociosa bien merecida. Jubilarse, sea cuando sea, es como una rendición, un apearse en medio del trayecto, un ¿y ahora qué? Es la cara dura del jubileo, la triste sensación de que a uno lo echan del sistema, sin importar su opinión, su disponibilidad o su momento vital y profesional.
Claro que todo va a depender, más allá de lo que diga una norma administrativa, de cómo se ha resuelto personalmente la relación entre el ser y el tiempo.
Ernest Hemingway, un gran escritor, decía “jubilación es la peor palabra del vocabulario”
En otras culturas, como por ejemplo en Singapur consideran que la jubilación es algo parecido a la muerte. En nuestra sociedad, aunque no esté explicitado, el concepto es parecido.
Ahora, ¿este miedo a la jubilación, no es también tener un poco miedo a la vida?
Nos concentramos más en la pérdida, que en lo que ganamos y ahí está el problema. Siempre que aprovechemos sus beneficios, nos pondrá una sonrisa en nuestra cara porque dejaremos de hacer lo que otro nos dice que teníamos que hacer, para realizar lo que siempre deseamos.
¿Somos sólo lo que hacemos?
En el mundo occidental uno de los conceptos de identidad más fuerte, es la actividad laboral que realizamos y el lugar donde lo hacemos; por lo tanto el trabajo ocupa un lugar de fuerte identificación para las personas
Mientras en el Oriente ha predominado la contemplación, la aceptación de la vida como es, podemos afirmar que el Occidente se ha especializado en la capacidad de transformar la realidad. Hay que reconocer que cada vez más en nuestro mundo impera el sentido de la acción, del hacer. Uno es, sobre todo, por lo que hace.
Bajo este paradigma, la jubilación es una intromisión o un permiso para “dejar de hacer”. Entonces, si no hacemos, ¿qué somos? ¿Quiénes somos?
La identidad de una persona ha tenido diversos referentes a lo largo de la historia. Antiguamente se la relacionaba con el lugar de nacimiento (Tales de Mileto, Jesús de Nazaret…). Después, según el oficio: el herrero, el mercader, el carpintero. Más tarde se definió por la estirpe patriarcal. Erickson como hijo de Erick.; Fernández como hijo de Fernando. En la actualidad, para muchas personas, su identidad está vinculada a la organización social, al papel que desempeñan y a la relevancia de la empresa o institución a la que pertenecen. Pareciera, entonces, que la jubilación por ello, significa quitarnos el privilegio de esta etiqueta y a partir de esta creencia dejamos de ser y representar.
Si logramos quitarnos la etiqueta de trabajadores, podemos observarnos como seres activos, creativos y relacionales que somos. Y eso no tiene edad. La jubilación entonces se limita a un cambio en el tipo de actividad, de su frecuencia o de su organización. Nada más. Seguimos siendo activos, creativos y amantes.
El SXXI nos ha traído una nueva realidad, a partir del avance de la tecnología que ha impactado en la ciencia: La extensión de nuestra vida a 10 o 15 años más, prácticamente una segunda vida que se nos propone vivirla bien y con calidad.
Todos nos preocupamos por la jubilación: algunos por si no tendremos suficiente dinero; otros por tener que abandonar la comodidad que brinda el propio trabajo; muchos por lo tendrán que hacer con su tiempo.
Por extraño que parezca, son muchas las personas que huyen de la jubilación, pensando en que tendrán que soportar una gran incapacidad para manejar el aburrimiento; a pesar que sigan trabajando en lo más aburrido que les pasó en la vida; incluso hasta enfermarse por no aguantar más y seguir…
Pensar, orientar y planificar nuestra vida
Si bien siempre tenemos la sensación que la jubilación es algo que llegará en un momento oportuno pero que no es inminente, llega mucho antes de lo que se espera, y por ello es fundamental orientar como dar vida a esos años, confiar en el mañana teniendo proyectos que hacen mirar el futuro, con ilusión y esperanza.
Las personas que puedan manejar y atesorar la libertad, les irá bien y es raro que se aburran. La capacidad de crecer y de elegir es indispensable para gestionar el tiempo libre que otorga jubilarse. Por eso es prioritario planificar esta etapa.
El debate actual sobre las jubilaciones es una buena ocasión para redefinirnos: ¿De quién dependemos? ¿Qué sentido tiene el trabajo para nosotros? ¿Qué otras cosas nos mueven en la vida? ¿Qué sentido tiene el tiempo? ¿Lo cuento o lo vivo? ¿Dónde invierto mi energía, mi creatividad y mi amor?
Por ahora les propongo, parafraseando a Gabriel García Marquez que 1993 dijo “jubilemos a la ortografía” ,digamos : ¡Jubilemos a la jubilación ¡ y simplemente mantengamos el concepto de jubileo, alegría.